El rey blanco es el libro de la semana in Babelia, el suplemento de cultura de El País.
Crítica de Cecilia Dreymüller.

El escritor rumano de origen húngaro György Dragomán retrata una sociedad corrompida y deshumanizada por décadas de dictadura con una singular poética de la rudeza

Yata tiene once años cuando unos hombres en gabardina se llevan a su padre científico en una furgoneta. De esto hace ya meses, y en el colegio los chicos le dicen que nunca más lo volverá a ver porque está en el Canal del Danubio. El nombre de la obra faraónica nunca terminada de Ceausescu es sinónimo de terror en la Rumania de los años ochenta -donde se ubica esta turbadora, contundente novela- pues se asocia al trabajo forzado y la muerte segura. Yata se niega a creer a sus compañeros, pero desde que desapareció su padre la vida se ha convertido en un infierno para él y su madre. “La zorra judía”, según su abuelo -el “camarada secretario de partido”-, tiene la culpa de la desgracia familiar, pues sigue empeñada en ignorar “qué buen país” les ha tocado vivir.

Este país, que en El rey blanco ni se nombra ni se define, y que, sin embargo, se concretiza de forma escalofriante a través de la nada inocente mirada del protagonista juvenil, es un país en el que los niños tienen tanto miedo de la escuela que prefieren saltar a una zanja de cuatro metros y romperse el tobillo antes de volver a clase. Es un país donde cualquier adulto les puede arrear un bofetón que los hace rodar por el suelo y donde el director del colegio amenaza con arrancarles la piel a tiras si en las celebraciones del 1 de mayo no estén todos cantando.

La infancia de Yata, este chico educado y espabilado que intenta desesperadamente suplir al hombre de la casa, es una continua lucha de supervivencia, en el sentido literal de la palabra.

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